A Daniel
Hoy,
oí tu corazón de nuevo.
Un tambor vivo que sus sílabas golpeaban mis oídos.
Eras sonido y movimiento:
Un gimnasio elemental dentro del vientre maternal.
Hoy no pude tocarte,
Pero tu piel ya recibía mi calor.
No pude verte,
Aún cuando tus dedos, manos y oídos,
Palpaban todo a su alrededor.
Y en cada respiro tuyo,
Aparecía una espora de angustia.
Tras el golpeteo de tus pies,
A veces existe un silencio sepulcral.
Durante el arcoíris de tu no iniciada vida,
También amanecen cielos grises
Y los días se parecen más a la noche.
Me convidas de tus silencios festivos
Cuando en mis oídos está el eco y la pólvora de la bala asesina,
Todavía escucho la bota que tritura los humanos huesos,
La voz sonámbula y moribunda
De una madre que sin su hijo se declara muerta,
Todavía escucho como caen
Los colibríes que no han podido nacer en este jardín primaveral.
Me das,
Con tus manos diminutas,
Pedazos de luna y retazos de utopía:
Tu lucha por la vida, es la sentencia de muerte
Contra la Muerte.
Y dentro de tu vida prematura,
Me enseñas a amar la vida plena.
Tu nacimiento hace temblar mis muertes,
Y tu futuro me da más esperanza que agonía.
Al oír de nuevo tu corazón,
Sobreviviente a la maratón de nueve meses,
Descubro: lo quebradizo de mi existencia,
La mano humana que te acaricia, acoge y ama,
Y que a su vez te maltrata, desprecia y hasta te odia.
Todos somos “comadrona ancestral”,
Pero también “asesino serial”,
Al callarnos,
Al no hacer nada y tapar tu boca para no respirar.
Descubrí que no solo el bisturí te puede matar,
Que la ciencia se puede deshumanizar,
Y que un juramento son palabras para romper.
Pero el filo que hiere y que te mata de verdad,
Es mi indiferencia total,
Mi provocada amnesia,
La demencia de este mundo práctico y utilitarista,
Embriagado de sí mismo.
Me enseñaste que existe el Pecado y culpa social,
Y no sólo una mujer a la que se suele apedrear.
Descubrí que la batalla por la vida
Y la defensa de tu nombre,
Va más allá de tu saco amniótico.
El sí a la vida,
Va más allá de nueve meses;
El grito evangélico del “no matarás”,
Se debe traducir en un “no robarás”.
La lucha por tu vida, es de toda la vida.
Desde la matriz hasta el Oikos Natural,
Desde el respirar hasta vivir con dignidad,
Desde el cariño, la ternura y la acogida,
Hasta la escuela, el trabajo y el desarrollo.
Hoy descubrí en tu ausencia,
La iniquidad del mundo,
Y que el salitre de mis lágrimas,
Se vuelven don y tarea,
Por pronunciar agradecidamente,
Tu nombre,
Daniel.
oí tu corazón de nuevo.
Un tambor vivo que sus sílabas golpeaban mis oídos.
Eras sonido y movimiento:
Un gimnasio elemental dentro del vientre maternal.
Hoy no pude tocarte,
Pero tu piel ya recibía mi calor.
No pude verte,
Aún cuando tus dedos, manos y oídos,
Palpaban todo a su alrededor.
Y en cada respiro tuyo,
Aparecía una espora de angustia.
Tras el golpeteo de tus pies,
A veces existe un silencio sepulcral.
Durante el arcoíris de tu no iniciada vida,
También amanecen cielos grises
Y los días se parecen más a la noche.
Me convidas de tus silencios festivos
Cuando en mis oídos está el eco y la pólvora de la bala asesina,
Todavía escucho la bota que tritura los humanos huesos,
La voz sonámbula y moribunda
De una madre que sin su hijo se declara muerta,
Todavía escucho como caen
Los colibríes que no han podido nacer en este jardín primaveral.
Me das,
Con tus manos diminutas,
Pedazos de luna y retazos de utopía:
Tu lucha por la vida, es la sentencia de muerte
Contra la Muerte.
Y dentro de tu vida prematura,
Me enseñas a amar la vida plena.
Tu nacimiento hace temblar mis muertes,
Y tu futuro me da más esperanza que agonía.
Al oír de nuevo tu corazón,
Sobreviviente a la maratón de nueve meses,
Descubro: lo quebradizo de mi existencia,
La mano humana que te acaricia, acoge y ama,
Y que a su vez te maltrata, desprecia y hasta te odia.
Todos somos “comadrona ancestral”,
Pero también “asesino serial”,
Al callarnos,
Al no hacer nada y tapar tu boca para no respirar.
Descubrí que no solo el bisturí te puede matar,
Que la ciencia se puede deshumanizar,
Y que un juramento son palabras para romper.
Pero el filo que hiere y que te mata de verdad,
Es mi indiferencia total,
Mi provocada amnesia,
La demencia de este mundo práctico y utilitarista,
Embriagado de sí mismo.
Me enseñaste que existe el Pecado y culpa social,
Y no sólo una mujer a la que se suele apedrear.
Descubrí que la batalla por la vida
Y la defensa de tu nombre,
Va más allá de tu saco amniótico.
El sí a la vida,
Va más allá de nueve meses;
El grito evangélico del “no matarás”,
Se debe traducir en un “no robarás”.
La lucha por tu vida, es de toda la vida.
Desde la matriz hasta el Oikos Natural,
Desde el respirar hasta vivir con dignidad,
Desde el cariño, la ternura y la acogida,
Hasta la escuela, el trabajo y el desarrollo.
Hoy descubrí en tu ausencia,
La iniquidad del mundo,
Y que el salitre de mis lágrimas,
Se vuelven don y tarea,
Por pronunciar agradecidamente,
Tu nombre,
Daniel.
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