Carta a una madre



Hoy,
al depositarla en las entrañas de la tierra,
me recordé de mi parto.
En la soledad de este mundo,
Usted y Dios entretejían mis sueños.
rondaba el hambre asesina,
mientras comía de su sabia,
de sus anhelos y sus venas.
Entre el murmullo de una tormenta de lágrimas azules,
su voz era la canción de cuna que me dormía.
Diluvios, terremotos, sequías,
y su vientre mi refugio.
Inventó unas tijeras
para cortar el firmamento oscuro y estrellado,
adornó con ellas mi cuna.
Con el alfiler del ayer,
unió los distantes días,
tapó las fugas de luz
en las cortinas cotidianas,
y me talló un traje de futuro.
Descubrió otro alfabeto,
el de la mariposa y del colibrí,
y deletreó la esperanza conmigo,
en el pizarrón vivo de su espalda.
Y lo más importante,
incólume,
engañó a la muerte, el desamor y el odio.
Generosa,
cargó sus heridas y las mías,
y en humildad y justicia,
caminó una parte de este sendero conmigo.
Hicimos de mi piel y mis ojos,
un lugar donde se juega la ronda de la vida.
Sus brazos: mirador y acantilado natural,
desde ahí,
aprendí a dejarme abrazar por El Misterio Infinito.

Déjeme dormir en su vientre por otro segundo,
desde ahí quiero contar las estrellas.
Deme un último beso,
en los ojos y en mi frente,
sólo su tibieza,
hace que mueran mis fríos.
Ponga su mano en mi corazón,
antes que se vaya,
solo así recordaré que el y mi vida no me pertenecen.
Y por último,
Persígneme Usted:
Dibuje la cruz sobre mi vida,
para que nunca olvide que soy un errante,
tras las huellas de Alguien,
y que el Reino y la Justicia,
son mi estandarte.

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