Crónica de un parto


A la hora del atardecer,
emprendimos el camino a ti.
Con nuestros brazos-ramas,
un musgo nuevo,
una hojarasca salvadoreña y un fogón chapín,
el tibio nido estaba listo para ti.
Las arenillas del reloj
se aferraban para no ser engullidas
por “el ya es tarde”.
Una sombra robusta y alta,
caminaba en su mente, de aquí para allá.
Era tu abuelita materna,
que contaba el tiempo con sus pensamientos.
Afuera y adentro del nido,
un murmullo de viento y el aleteo de los colibríes:
eran tu tía y abuelos paternos,
que desgranaban un rosario para encontrar al final,
los nuditos de tus dedos.
A la par de tu mami,
un centinela dormido de pie,
en vela y vigilia por ti.
El hambre era ansiedad y viceversa.
Se llenaba el estómago,
no así los pulmones que
parecían respirar contra reloj.
La espera fue un laberinto alegre y salpicado de emoción,
pero siempre laberinto.
No encontramos la salida,
sólo Tú.
Cerca de las doce campanadas de media noche,
de la mano de una doctora,
diste tu primer paso al mundo exterior.
El vientre de tu mami,
cuna hermética natural,
antirrobos, antifríos,
con el blindaje especial del amor,
fue el santuario de la vida,
donde tú estabas,
de forma invertida
rezando en dirección a la tierra.
No había tiempo para otra cosa,
más que para escuchar tu llanto.
Aquí, entre otros,
era una señal irónica de esperanza y alegría.
Y la vida vino del agua.
Tu mami rompió fuente,
y de este río tibio y espeso,
una afluente de vida te trajo a nosotros.
Los primeros brazos que sentiste,
fueron los del Señor Frío.
Un rápido baño,
una observación detallada,
dieron buenas noticias.
Te vestimos de blanco,
parecías un latido envuelto en retazos de cálida nieve.
Tal vez te acordarás que lo primero que viste,
fue una gran mano, una luz y alguien que pareciera ser un extraño.
Pero tu piel y tus ojos
nunca olvidarán,
lo oscuro de unos ojos cafés,
un lunar blanco, en el iris del ojo derecho de tu mami.
Y una fiesta de pecas, dándote la bienvenida.
Cansado por estos momentos,
Nos dormimos todos.
Nuestro nido tenía un nuevo huésped.
Entre los fuertes y maternos brazos de Tu abuela,
pasaste tu primera noche.
Unos sorbos de agua endulzada con miel,
tranquilizaron tu diminuta hambre,
y alimentaron nuestro gran sueño.
Anocheció y amaneció,
día 21 en nuestro calendario,
y el día sexto, en el de la creación del mundo,
pues Dios vio que no era bueno que estuviéramos solos.
tu parto fue el triunfo sobre nuestra soledad,
la vida sobre la muerte,
lo cálido sobre el frío.
Tu llanto alegre, un esbozo del canto final de nuestra historia,
y tu presencia, el inicio de otro día más en esta creación cotidiana.

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