EL ELEGIDO..
(cuento a propósito de las elecciones 2011 en Guatemala)
Todos los días, él hace especialmente lo mismo: Agarra un sujeto, lo amordaza con un trapo de tela vieja. Lo estrangula un poco. Juega con su respirar. Lo ahoga y desahoga con la misma soga blanca de sus dientes. Lo reaviva con un golpe y le trae la conciencia con una infantil tortura. Todos los días, hace lo mismo, sin saber que la víctima de sus golpes, es él mismo frente al espejo. Practica su discurso, el inodoro es un atril improvisado. Lo blanquecino y nauseabundo pareciera ser que le inspiran las límpidas y bien pronunciadas palabras: “Soy el elegido que todos esperan”. En ese momento, de entre las escamas blancas que se unen para dar la sensación de cielo falso, se oyó la voz de un ángel cotidiano, vestido con una blancura mortecina nunca antes vista: “Este es mi hijo amado…” A bocanadas ingirió medio frasco de enjuague bucal, buscando en sus últimas moléculas, el preciado alcohol que le devolvería a la vida. Pero solo un eructo con sabor a menta y alguna que otra burbuja tornasol, lo devolvieron a la realidad. ¡Sí! ¡Había sido una teofanía! ¡La aparición de un ángel! ¡Que de un ángel, del mismísimo Dios en persona! Pensaba él. Una visión apocalíptica, teofánica, con rayos, luces y remolinos que hasta hicieron volar y esparcir los ásperos cuerpos del cada parte del cielo falso, aunque no fueron escuchados por nadie, sino solo por él. Un ente se le había aparecido y le había marcado la frente. Un viento de cálidas alas, había paralizado su lengua. El olor a neblina, a luz y a cielo, lo habían llevado a sentirse al borde del precipicio. Por primera vez sintió miedo. Al ciclón, al aire, a la intemperie, al futuro, a lo que no se puede ver, a estar solo, en fin a ser humano. Pero también dentro de su balbuceo, aprendió a hablar y vencer el miedo. Su lengua era también un desgranador de palabras. Pensaba más de 10 frases por segundo, e inventaba oraciones, frases, historias, verbos y todo tipo de lenguajes que seducen a las piedras, flores y humanos. “¿Dejaré la política o haré mi propia iglesia?” “¿Podría hacer las dos cosas?” Era el monólogo, frente al punto de partida de esta visita inesperada del mensajero: un espejo. Este era un monitor viviente. Ahí estaban todavía, las salpicaduras de sus palabras soeces, al llegar el “día después” de la “furia” que había agarrado unos días antes, en el bautizo de su ahijado. Los besos rotos, todavía frescos y babeantes, que ensayaba antes de ir al trabajo, cuyo destinatario no era su esposa, sino su dama de compañía. Y más a la izquierda, en el lado superior, un rosario moribundo que brillaba en la noche, gracias a sus venas fluorescentes. “Debo cumplir mi misión. Este es mi destino”. Musitó. El estruendo de aplausos coronó el eco de sus frases que se mezclaban con el remolino que causa la tenue descarga del agua, mientras que en una garganta de loza, lo que mejor sabía hacer él era engullida por las aguas que se debatían entre la blancura y el sarro. Solo pensaba en el final de toda la campaña. Las cámaras de los medios, ordenadas en un caos, disparando luz que sus ojos casi se cerrarían. Mientras alucinaba con su escena, un dedo de plástico adornado con una cabellera blanca, hacía espuma y nieve, del dentífrico que de vez en cuando se tragaba un poco; para mejorar su aliento, según él. El vaivén de su brazo, jugaba con el eco de las olas golpeteando las conchas marinas, y la danza del mar, en la orilla de la playa. Todo eso contenido en un CD de música instrumental que, salía de aquella caja que estaba instalado en su cuarto y que en el salón de conferencias y ensayos, es decir, su baño, había puesto una pequeña extensión. Su misión fue asumida, como la consigna y consagración de su vida, algo así como cuando uno va a un retiro, y jura lealtad al bien. Él también lo había hecho, pero sin saber que su juramento lo había hecho frente al espejo. Predicó, sanó, y anduvo por muchos pueblos, organizando a las masas y la sociedad. Daba pan, agua, lluvia, cosechas y hasta una que otras plagas, según donde las necesitaban. Aprendió a comer de todo, y su estómago dejó de ser mortal, para no sentir lo salado, lo picante, lo áspero y lo cotidiano de la sangre y del sudor. Aunque él se vestía de seda, se ponía los trajes y los colores de la tierra y la piel de las personas a donde iba. Le gustaban los colores de la ropa que otras personas usaban, pero siempre llevaba puesta la suya. Su piel aguantaba dos mudadas. La transpiración y su identidad, las tenía bien contraladas. Hablaba como que si estaba predicando, y pedía el silencio, como que de la catedral se tratara. Un día, a pesar de sus promesas y pactos divinos, la lluvia no dejó de cesar durante días. Los caminos se borraron, algunas palmeras se ahogaron. Los barrancos se hicieron más grandes; y hasta en ocasiones, la tierra se convirtió en una garganta que tragaba gente, y la escupía hasta varios kilómetros después, río abajo, decían. El grano, la milpa, el frijol, el aguacate y el tomate, no pudieron mantenerse incólumes frente al diluvio del siglo. Eso mismo había pasado años atrás, pero siempre era el diluvio del siglo. “Así es la naturaleza, gritaban unos”. “Es voluntad de Dios, decían otros”. A partir de esa fecha todo cambió para él. La visita cotidiana del ángel que le venía a mover su cielo falso, y que le adulaba sus oídos, ya no llegó. El ángel tuvo un problema con el clima y el mal tiempo, y al parecer, sus pesadas alas, no estaban preparadas para tanta agua, y se estrelló, por la poca visibilidad que tenía, en un letrero comercial, de esos que parecen la estatua de una ceiba colosal. Ese día se sentó en su baño-atril. Pensó, dudó, se enojó, sintió miedo, encanto y pavor. Volvió a sentirse humano. Al sentir que ya no tenía contacto con lo divino, ni percibir ninguna teofanía del cielo o del infierno, ya no fue el mismo. Todo cambió. Ahora todos los días, frente al espejo y después de torturar al sujeto que asoma en él, enciende su ipod y con música de piano y de olas marinas, reproduce en MP4, la escena de aquel día que marcó su vida y que gracias a la tecnología él pudo volver a hacer. Las lluvias continúan, y pareciera ser que las gargantas traga-gente, van a ir en aumento. Pero el elegido, desde aquel grave acontecimiento fue más creativo.
Todos los días, él hace especialmente lo mismo: Agarra un sujeto, lo amordaza con un trapo de tela vieja. Lo estrangula un poco. Juega con su respirar. Lo ahoga y desahoga con la misma soga blanca de sus dientes. Lo reaviva con un golpe y le trae la conciencia con una infantil tortura. Todos los días, hace lo mismo, sin saber que la víctima de sus golpes, es él mismo frente al espejo. Practica su discurso, el inodoro es un atril improvisado. Lo blanquecino y nauseabundo pareciera ser que le inspiran las límpidas y bien pronunciadas palabras: “Soy el elegido que todos esperan”. En ese momento, de entre las escamas blancas que se unen para dar la sensación de cielo falso, se oyó la voz de un ángel cotidiano, vestido con una blancura mortecina nunca antes vista: “Este es mi hijo amado…” A bocanadas ingirió medio frasco de enjuague bucal, buscando en sus últimas moléculas, el preciado alcohol que le devolvería a la vida. Pero solo un eructo con sabor a menta y alguna que otra burbuja tornasol, lo devolvieron a la realidad. ¡Sí! ¡Había sido una teofanía! ¡La aparición de un ángel! ¡Que de un ángel, del mismísimo Dios en persona! Pensaba él. Una visión apocalíptica, teofánica, con rayos, luces y remolinos que hasta hicieron volar y esparcir los ásperos cuerpos del cada parte del cielo falso, aunque no fueron escuchados por nadie, sino solo por él. Un ente se le había aparecido y le había marcado la frente. Un viento de cálidas alas, había paralizado su lengua. El olor a neblina, a luz y a cielo, lo habían llevado a sentirse al borde del precipicio. Por primera vez sintió miedo. Al ciclón, al aire, a la intemperie, al futuro, a lo que no se puede ver, a estar solo, en fin a ser humano. Pero también dentro de su balbuceo, aprendió a hablar y vencer el miedo. Su lengua era también un desgranador de palabras. Pensaba más de 10 frases por segundo, e inventaba oraciones, frases, historias, verbos y todo tipo de lenguajes que seducen a las piedras, flores y humanos. “¿Dejaré la política o haré mi propia iglesia?” “¿Podría hacer las dos cosas?” Era el monólogo, frente al punto de partida de esta visita inesperada del mensajero: un espejo. Este era un monitor viviente. Ahí estaban todavía, las salpicaduras de sus palabras soeces, al llegar el “día después” de la “furia” que había agarrado unos días antes, en el bautizo de su ahijado. Los besos rotos, todavía frescos y babeantes, que ensayaba antes de ir al trabajo, cuyo destinatario no era su esposa, sino su dama de compañía. Y más a la izquierda, en el lado superior, un rosario moribundo que brillaba en la noche, gracias a sus venas fluorescentes. “Debo cumplir mi misión. Este es mi destino”. Musitó. El estruendo de aplausos coronó el eco de sus frases que se mezclaban con el remolino que causa la tenue descarga del agua, mientras que en una garganta de loza, lo que mejor sabía hacer él era engullida por las aguas que se debatían entre la blancura y el sarro. Solo pensaba en el final de toda la campaña. Las cámaras de los medios, ordenadas en un caos, disparando luz que sus ojos casi se cerrarían. Mientras alucinaba con su escena, un dedo de plástico adornado con una cabellera blanca, hacía espuma y nieve, del dentífrico que de vez en cuando se tragaba un poco; para mejorar su aliento, según él. El vaivén de su brazo, jugaba con el eco de las olas golpeteando las conchas marinas, y la danza del mar, en la orilla de la playa. Todo eso contenido en un CD de música instrumental que, salía de aquella caja que estaba instalado en su cuarto y que en el salón de conferencias y ensayos, es decir, su baño, había puesto una pequeña extensión. Su misión fue asumida, como la consigna y consagración de su vida, algo así como cuando uno va a un retiro, y jura lealtad al bien. Él también lo había hecho, pero sin saber que su juramento lo había hecho frente al espejo. Predicó, sanó, y anduvo por muchos pueblos, organizando a las masas y la sociedad. Daba pan, agua, lluvia, cosechas y hasta una que otras plagas, según donde las necesitaban. Aprendió a comer de todo, y su estómago dejó de ser mortal, para no sentir lo salado, lo picante, lo áspero y lo cotidiano de la sangre y del sudor. Aunque él se vestía de seda, se ponía los trajes y los colores de la tierra y la piel de las personas a donde iba. Le gustaban los colores de la ropa que otras personas usaban, pero siempre llevaba puesta la suya. Su piel aguantaba dos mudadas. La transpiración y su identidad, las tenía bien contraladas. Hablaba como que si estaba predicando, y pedía el silencio, como que de la catedral se tratara. Un día, a pesar de sus promesas y pactos divinos, la lluvia no dejó de cesar durante días. Los caminos se borraron, algunas palmeras se ahogaron. Los barrancos se hicieron más grandes; y hasta en ocasiones, la tierra se convirtió en una garganta que tragaba gente, y la escupía hasta varios kilómetros después, río abajo, decían. El grano, la milpa, el frijol, el aguacate y el tomate, no pudieron mantenerse incólumes frente al diluvio del siglo. Eso mismo había pasado años atrás, pero siempre era el diluvio del siglo. “Así es la naturaleza, gritaban unos”. “Es voluntad de Dios, decían otros”. A partir de esa fecha todo cambió para él. La visita cotidiana del ángel que le venía a mover su cielo falso, y que le adulaba sus oídos, ya no llegó. El ángel tuvo un problema con el clima y el mal tiempo, y al parecer, sus pesadas alas, no estaban preparadas para tanta agua, y se estrelló, por la poca visibilidad que tenía, en un letrero comercial, de esos que parecen la estatua de una ceiba colosal. Ese día se sentó en su baño-atril. Pensó, dudó, se enojó, sintió miedo, encanto y pavor. Volvió a sentirse humano. Al sentir que ya no tenía contacto con lo divino, ni percibir ninguna teofanía del cielo o del infierno, ya no fue el mismo. Todo cambió. Ahora todos los días, frente al espejo y después de torturar al sujeto que asoma en él, enciende su ipod y con música de piano y de olas marinas, reproduce en MP4, la escena de aquel día que marcó su vida y que gracias a la tecnología él pudo volver a hacer. Las lluvias continúan, y pareciera ser que las gargantas traga-gente, van a ir en aumento. Pero el elegido, desde aquel grave acontecimiento fue más creativo.
Comentarios