Carta de un nieto
Hablar de usted,
es hablar de un misterio.
De más de 80 años de nacer,
una historia tan particular,
que se confunde entre las hojas de
los árboles de Jocotenango.
Hablar de usted,
es también dejarse seducir por sus
15 precoces años,
por su amor tan temprano,
tan cargado de sueños, de
esperanza,
de un amor tan hermoso
como el paisaje de su rostro.
Usted es un corazón que ama con un
rosal en el vientre,
nunca ha sufrido en vano,
nunca han sido momentos
inservibles,
nunca fueron días cortos,
nunca fueron noches largas,
siempre de la mano, con un chal,
cargando sus propios sueños.
Hoy con ese mismo rebozo
llévese las gracias y quédese para
nunca salir,
en esta casa de madera y lodo.
Un travieso escondite
no evade a su voz de abuela y de madre.
Usted fue amante de estrellas,
cada noche bajo el cielo,
con cien rezos, y mil palabras,
con sonrisas y encantos,
con su vestido torturado de leña,
con sus manos de maíz cocido,
con
olor a mujer de barro.
Con olor a flor fermentada,
a mariposa caminante,
y aguacero de jocotes,
sus manos : líneas de mis
manos,
sus manos, grandes como la milpa,
cansadas como los días de verano,
tan calientes como el nixtamal,
tan suaves como la hoja de un
rosal.
Sus manos adornadas de saltadas
venas,
salen las raíces por sus manos.
Me hacen probar un café,
las mismas que rezan y cortan los
granos de oro.
Terminan morenas, gruesas y saldas,
tortilla en mano, tortilla en
labios,
comida cansada para el trabajo
campesino.
Dedos como callos de años,
torturados, pero nunca mutilados,
dedos: ramas gruesas, de abundante
aguacate.
Y entre sus ramas, un anillo de
amor,
maltratado por los años, molido con
el café,
molido con la tortilla, pero nunca
perdido.
Abuelita Elvira,
quisiera haber estado perdido
entre los tamales que amarró su
ayer.
La masa en sus manos, se consagra
como vida para sus nietos.
Los dedos de mis padres hablan de
su austera masa
de su arte entre las hojas de
plátano.
Moja el sibaque con su saliva y sus
lágrimas,
para unir y dar forma a esta nieta
vida,
para coser un verde sin sabor,
para desteñir, una esperanza,
para tener un sustento.
Aún se oyen los sonidos de la
fábrica de tamales,
la cadena es unida con las manos de
hijos.
Cada quien aprendiendo a amarrar
estos retazos de vida, cada quien con una sonrisa y con una herida.
Que también calienta el nixtamal
del sustento
desde el más grande hasta el
pequeño.
Todos de pie ante la vida, y
descalzos en ella,
para crear un callo, que nunca será
borrado.
Y cada quien cuando contempla sus zapatos,
espera no gastarlos, todos entran
en esta casa,
desde Bel, con Mario, con Carlos,
con Naty, con Chola, con Augusto.
La palabra cercana, respeto
verdadero,
hijo, presencia constante, Mario.
Asaltos de tristezas, golpes de
muerte,
caricia rechazada, flor herida,
dispuesta al amor : Naty.
Vida alegre, sonrisa de hermana,
camino, amor, entrega,
ternura y maternidad fecunda :
Chola.
Palabras guardadas, amor
silencioso,
perseverancia inteligente,
caricia poco expresada :
Carlos.
Amor responsable, amor escondido,
sonrisa amable,
volcán de ternura, cielo gris de
cansancio
hombre casi ángel, Gabriel, mi
padre.
Todos bebieron de tu pobreza, de tu
trabajo,
la esperanza, de tus frutales pechos.
De La amargura y sinsabor del chichicaste,
brotó el dulce olor de la guayaba
de su sitio.
Todos conocieron tu arte,
todos amaron tus manos,
todos recogieron la viruta de tus
cedros,
del trabajo de vos, abuelo.
En nuestros oídos, está el eco de
tu serrucho,
que hace el fondo a la lluvia de
marimba
que tocaba don Bartolo.
Guardaron sus notas, sus sones
y también la torturante experiencia
del hombre embriagado de licor, del padre
duro y castigador,
y todos comprobamos y besamos la
mano
de este hombre perdonado.
Perdonado por sus obras de reparo y
de entrega,
y por el amor a sus nietos.
Abuelita vira,
quedó enterrada entre mis raíces y
mis amaneceres,
su voz fuerte y luchadora,
es
ahora mi canción de cuna,
simplemente se fue, pero esperamos
siempre
su invierno y aguacero.
Regañe por favor mis pesimismos,
sin sentido,
mi miedo tan paralítico,
persiga, encuéntrelos y ayúdeme a
enfrentarlos.
Péguele a mi estúpida renuncia,
y acaricie el pelo de mi historia y
bese las manos de su nieto.
Míreme cansado, que siempre
trabaje,
que madrugue, junto con Usted
y espéreme a la hora del café.
Quiero sonreír entre su pelo,
quiero nuevamente tocar sus dedos,
para sentir la fuerza de su sangre,
que también corre por las venas de
este su nieto,
rece por mí....
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